18 Oct Estambul, Una sorpresa en cada rincón
La primera vez que pasó por mi mente hacer este viaje, pensé en lo original y exótico que podría resultar visitar un país con tintes de Oriente, sin dejar de ser una de las ciudades más hermosas en Europa Occidental. Así, me decidí por un itinerario de cuatro días donde, según las guías turísticas, podría conocer en gran parte la intrigante antigua Constantinopla, antigua de capital del Imperio Romano, Bizantino y Otomano.
Después de cerca de cuatro horas de vuelo procedente de Barajas, llegamos al Aeropuerto Internacional de Atatürk; donde nos recibieron con filas interminables en migración.
Mi amiga tenía pasaporte italiano y se salvaba de las molestias de tener que comprar una visa para entrar. “Te veo del otro lado”, – me dijo mientras desaparecía entre la multitud. Yo en cambio, en un mar de españoles, me dirigía con paciencia hacia la pequeña ventanilla. Un hombre de mirada intensa me esperaba, cuando vio que mi pasaporte era verde, su mirada se detuvo un largo rato. Su siguiente frase fue: ¿tiene usted residencia en Estados Unidos? (do you have a Green Card?)
Antes de que el terror se apoderara de mí, en fracción de segundos entendí, el requerimiento no era visa para entrar a EU, fui víctima de una mala traducción… ¡lo que necesitaba era residencia en aquel país! Sin chistar, contesté rápidamente que sí y dirigí mi mano hacia el bolso – sin saber exactamente lo que estaba haciendo, desde luego–. La fila era tan larga y en general todo el ambiente un poco caótico, el hombrecillo extendió su mano en una especie de señal de “detente, no hace falta” y entonces simplemente le entregué los 15 euros que costaba aquél trámite. Él selló mi pasaporte, otorgándome una bonita visa turca sin más. Inmediatamente supe que era una señal de que sería un gran viaje…
Una vez dentro de Turquía, la primera parada fue la Majestuosa Mezquita Azul. Todo es nuevo y emocionante desde el momento en que te das cuenta que debes cubrirte el pelo con una especie de burka improvisada con algún pañuelo que lleves; los zapatos fuera también –así que no se te ocurra ir sin calcetines–. Los hombres se lavan los pies y la cabeza antes de entrar, además rezan en un lado completamente apartado. El mundo musulmán se abrió por primera vez ante mis ojos, estando en Europa, increíble.
Como esa, cada una de las experiencias es una completa delicia. Sobra decir que soy fan de la comida árabe en general –bueno ya lo dije–, el caso es que la comida turca me conquistó todavía más. Si a esos sabores tan variados, llenos de especias y texturas interesantes, le agregas la atención que recibes… es el paquete completo.
Empezando con los meseros, pasando por los comerciantes en los mercados e incluso los locales que te encuentras caminando por las calles, todos tienen algo que ofrecer a los turistas. ¿Qué idioma hablas? español, inglés, italiano, alemán…. ellos te podrán hablar en cualquiera. Eso sí, son tan “amigables”, que no te sorprendas si te encuentras corriendo en medio del Gran Bazar con tres o cuatro turcos detrás gritando todo tipo de piropos exagerados en la lengua que hayan inferido que hablas. Si logran venderte algo, bien… si no, nunca desaprovecharán la oportunidad de tratar de conquistar a las misteriosas extranjeras. ¡Aguas!
Hay algo más que hace brillar a esta ciudad
en especial, es el hecho de que es una de las tres urbes transcontinentales que
se sitúan entre Europa y Asia. Para experimentar este extraño concepto, no hace
falta más que subirse en alguno de los pequeños cruceros que te llevan a dar un
paseo a lo largo del Bósforo, el estrecho que conecta al Mar Mármara con el Mar
Negro. Aquí, ten por seguro, llevarás un simpático guía que te irá señalando
todos los palacios importantes, los hoteles más lujosos, a lo lejos la Torre de
Leandro y demás detalles que un turista debe saber. El clásico té de manzana
tampoco faltará y podrás pisar Asia por unos minutos.
Para conocer la otra parte de Estambul,
aquella donde la vida nocturna cobra vida, donde los jóvenes turcos se reúnen
en los parques y el famoso Tranvía de la Nostalgia; hay que cruzar el Puente
Gálata. Como su nombre lo indica, del otro lado encontrarás la Torre Gálata,
desde donde te llevarás las vistas más hermosas de la ciudad. También podrás
andar por el Barrio del Taksim, plagado de restaurantes, bares y plazas
públicas. No dejes de probar un kebab original.
Entre sus imponentes mezquitas, su
población hospitalaria, la deliciosa comida y los atardeceres que pintan de
colores el horizonte enmarcando esta parte del mundo tan particular; podría
incluso decir que, en momentos y por raro que suene, muchas cosas me recordaban
a México. Había algo en la ironía de estar tan lejos y ver algo parecido al
queso Oaxaca en un mercado, los interminables tipos de especias picantes, los
algodones de azúcar, la venta de fayuca, los “viene, viene” (no es broma, ¡sí
hay!) y sobre todo, la calidez de la gente; que me hacían sentir como en casa.